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Cuento Editorial sol
By Daniel Revol
Siempre nos remarcaron insistentemente que es imprescindible cuidarnos de él y muy poco se ha dicho sobre cuidarlo a él. Es verdad que tampoco es mucho lo que se puede hacer para mantenerlo con vida. Existimos porque él existe y no seríamos capaces de resistir mucho más que unas 14 horas sin encontrarnos con su poder lumínico. Los sabios y ancestrales pueblos originarios lo respetan de tal forma con homenajes y honores, desde los quechuas hasta los incas, llamándolo Inti. Era Ra para los egipcios y Helios para la cultura griega.

Es de género masculino pero se convierte en nombre de mujer; es la quinta nota musical; es Febo en una marcha militar, es el emblema de banderas nacionales y hasta la cara o cruz de una moneda metálica. Se representa de tantas maneras y son en realidad muy pocas las oportunidades en las que dirigimos nuestra vista para ubicarlo y observarlo. Tiene tanto poder que nos hace daño, nos encandila y nos provoca rechazo. Aunque pocos momentos son tan emotivos y románticos como verlo salir u ocultarse en el horizonte plano del mar o la llanura. Y allí sí, nuestra mirada quedará hipnotizada porque su color rojizo apagado será un imán que no ofrecerá obstáculos ni grandes efectos adversos para contemplarlo. El paso de alguna nube que opaque y obstruya su luminosidad plena puede convertirse en un acto reflejo para que nuestra vista se dirija al cielo, a detectar esa anormalidad, especialmente si el oscurecimiento es muy notorio y nuestra exposición era una entrega a sus rayos. Es una fuente energética tan relevante que se ganó el saludo postural del Surya Namaskar en yoga y se transformó en el recurso de los paneles para ahorrarnos en la factura del servicio eléctrico. Este lunes, por un rato, durante menos de media hora, desaparecerá en un cono de misterio. El sol será eclipsado de tal forma que al mediodía será medianoche, especialmente en puntos australes como nuestra Patagonia. Semejante atrevimiento lo provocará ese satélite natural que nos desconcierta cuando aparece de día, y lo que es peor, a plena luz del día. Nos confunde y nos hace tirar todos los manuales, rompiendo sus protocolos, estereotipos y moldes. Todos crecimos bajo el símbolo de que el sol es el día y la luna la noche. Y resulta que muchas veces, cuando debe gobernar él, también está ella.
Es tan atrevida, pero tan atrevida, me refiero a la luna, claro, que con su nombre de mujer, tendrá el coraje de interponerse entre el sol y la tierra. Con su superficie anular anulará por completo el diámetro porque antojadizamente hará ese recorrido. Una osadía de dos minutos en plenitud para completar su trayecto que será desde un eclipse creciente hasta una saliente menguante. Lo hará allá en lo más alto, al mediodía, sin pudores, olvidándose inclusive de que esa luminosidad que la romántica luna tiene es el producto de lo que recibe justamente del sol en su cara visible. No le importa. Regalará ese espectáculo bellísimo, en un fenómeno de función exclusiva este lunes y no repetirá la gira hasta el año 2048. Quizás vos y yo ni siquiera estaremos para ese momento. ¿O puede ocurrir que todavía estemos en cuarentena, distanciamiento y protocolo? Quién sabe. Será entonces este lunes o tal vez nunca. Más aún, después de un 2020 que nos tuvo guardados en un eterno eclipse en el que durante largos meses no le vimos la cara al sol. Especialmente quienes cumplieron a rajatablas con la consigna de quedarse en casa y habitan cerrados departamentos internos, con ventana al pulmón de manzana, en pisos bajos, con más probabilidades de ponerse de tonalidad musgo que de contagiarse de coronavirus. Curiosamente, el Covid lleva ese nombre ya que puesto a la lente eficaz de un microscopio tiene la apariencia de una corona solar, que es el aura de plasma que rodea al sol. Tanto obediente esfuerzo individual y familiar resultó tan inoportuno y frustrante como quien intenta tapar al sol con la mano. O lo que es peor, con uno de sus dedos. A pesar de todo llegamos al millón y medio de contagios y superamos las 40 mil muertes en una carrera de la que seguimos participando. Para colmo, entre los arcanos de las cartas del tarot, el sol es el número 19, como el Covid. A esta altura, las cartas y la suerte parecen echadas a un seguí cuidándote, solito, como puedas, exponiéndote al sol con la marca de la gorra, el traje de baño y el barbijo. Solo la velocidad de la ciencia pudo en tiempo récord desarrollar el antídoto, en menos de lo que nuestro planeta se demora en dar una vuelta al sol.
Son varios desarrollos con alta eficacia que estaría comprobada y seguridad de efectos adversos que estaría por verse, porque estamos en esos momentos de la vida en los que hay que saber diferenciar lo urgente de lo importante. Seguramente te pasó de niño, como a mí, que en la playa, cubriendo tu piel con esos ungüentos protectores de los rayos ultravioletas, lo que se volvía notorio e inocultable era esa marca de aquella vacuna que había prendido y que te había quedado en el brazo, adonde debía asomarse el músculo. Era la BCG, una cicatriz de por vida, expuesta al sol como un tatuaje. La BCG es una protección contra la tuberculosis más efectiva que la triple G, o GGG, una desgracia de vacuna de un Ministro con menos alcance de visionario que una lupa puesta al sol, para quemar todos los papeles. Eso le pasó al Gobierno durante este primer año de gestión con sus planes, si es que realmente los tenía. Ahora, en la reconstrucción del pentagrama, pone la clave de sol para que la nota la de otra vez Cristina, indiferente ante la gestión de Alberto, con auto-bombo auto-referencial hacia su propia tarea legislativa en el Senado y señalando con el dedo a Lorenzetti, Rosatti, Rosenkrantz y Highton, para dejarlos como los cuatro de copas de la Corte. La carta suprema de Cristina tiene su truco, y aunque no tenga el ancho de espadas, al menos en la manga se guarda el siete de oros. El oro es el equivalente al sol y este lunes, la luna eclipsará al sol como el viernes pasado Cristina eclipsó a Alberto en el acto por los Derechos Humanos en la ex ESMA, el centro de torturas de la última dictadura, adonde los perseguidos políticos dejaban de ver el sol antes de convertirse en desaparecidos. Lo llamaban centro clandestino de detención, aunque estaba legitimado por la represión. Lo clandestino en estas latitudes suele institucionalizarse. Como las fiestas privadas y las reuniones sociales en tiempos de restricciones por la pandemia; o el dólar blue en la escasez de la oferta y la demanda; o los abortos ilegales que ponen en riesgo la salud y la vida de la mujer que llega a esa situación límite. Como en aquella búsqueda por la verdad vestida con pañuelos blancos alrededor de la pirámide, esta vez los pañuelos fueron verdes y tiñeron el entorno del Congreso.
Una ley que reduciría 20 veces el costo para el Estado de una interrupción voluntaria del embarazo logró el primer paso en Diputados y va como hace dos años por el salto trascendental en la difícil y conservadora Cámara Alta. Legal, seguro y gratuito, con algunas concesiones de los llamados abortistas, el proyecto se convierte en un caballo de Troya para obtener la empatía de una parte de la sociedad que está empachada de frustraciones. En la intimidad, cada uno cargará o no con el peso en su conciencia por la decisión fundamental de interrumpir la vida que se estaba gestando, por múltiples razones que generalmente convergen en el deseo y la falta de planificación y cuidados. Solo los que somos padres entenderemos por qué la llegada de un hijo representa la salida del sol, marcando un quiebre y una bisagra. Ese antes y después incomparable es el que nos mueve a decir que un niño es un sol, como se suele adjetivar de por vida a aquellas personas que solo saben hacer el bien y tienen luz propia. No en vano, el sol es una estrella, con 4600 millones de años de historia. Es una fuente inagotable de energía, una arrolladora bola de fuego que rige nuestro sistema y que en el caso de extinguirse, por efecto dominó, provocaría la desaparición de todos los seres vivos en la faz de la tierra, convirtiéndonos en fósiles y minerales. Tal vez durante este año, a tu hijo le tocó de manera virtual la clase de Biología que explica el proceso de la fotosíntesis, capaz de convertir la energía solar en energía química en forma de azúcares. La naturaleza es tan sabia que del mismo modo que en una playa o un parque, vamos corriendo la reposera para ganar un espacio con sol mientras avanza la sombra, diversas especies vegetales compiten entre sí remontando la altura, para quedarse con la mejor porción de sol y de oxígeno. Seguramente, inspirándose en los eucaliptus, la dirigencia política aprendió a caminar por la vereda en la que calienta el sol. Algunos se acomodan en los mejores puestos mientras la mayor parte del pueblo se abriga con el sol, el que como decía Evita, es el poncho de los pobres, reversionado en subsidios como el Ingreso Familiar de Emergencia o la Asignación Universal por Hijo. Es tan poderosa esa estrella que cuando sale, apaga la intensidad de todo el resto, borrándolas del firmamento.
Por eso, la Navidad que es nacimiento, es pura luz y energía, celebra la llegada de Jesús y su anuncio se hace con la Estrella de Belén, desde lo más alto de un pino. Una especie de faro que guía el rumbo. Porque si bien podrán desorientarnos con medidas contradictorias por inoperancia, incapacidad y hasta un poco de malicia, jamás podrán hacernos perder el norte si tomamos como punto de referencia el trayecto del sol, que siempre aparecerá por el este y trazará su ruta hasta el oeste. El sol es nuestra máxima estrella, en un año durísimo que no deja de arrebatarnos afectos familiares y estrellas idolatradas. Es que las estrellas no se apagan nunca. Será imposible olvidar el talento Maradoniano de Diego en el estadio Azteca, en esas imágenes que reflejan sobre el césped la figura recortada de un sol, para una Selección que tenía brillo propio y a la que nadie le hacía sombra. El año nos arrebató también esta semana, en la plenitud de los 60, a Alejandro Sabella, el técnico que en Brasil estuvo a pocos minutos de lograr la tercera estrella mundial. Y se llevó tras una larga lucha de supervivencia a Carlín Calvo, en el tránsito de sus 60. Aquel galán, estereotipo de sol-tero, carismático como pocos desde el personaje querible de Amigos son los Amigos, que tranquilamente se merecería con todo derecho una calle propia, con ambas veredas al rayo del sol, como la de su homónimo abogado. Era la década de los 90, aquella en la que la moneda con el Sol de Mayo nos ponía en igualdad de condiciones: un peso, un dólar. Ya sabemos que en la economía recalentada, la inflación nos dejó con llagas y quemaduras de todos los grados. Casi sin darnos cuenta, cumplimos años, el equivalente de la vuelta al sol, en medio de un círculo vicioso con problemas que lejos de resolverse, más empeoran. En la mochila de la pobreza, el desempleo, la pérdida del poder adquisitivo, la inseguridad, la marginación y la violencia, ponemos los anteojos de sol y el bronceador, al menos, para protegernos y cuidarnos de algo que en exceso también es nocivo. Otros, los más responsables, hacen la plancha, se recuestan al calor del sol, de las encuestas, de la imagen del enamoramiento. Hasta que a alguno se le va a terminar. El éxito se les convertirá en eclipse.
El sol es nuestro juez, inapelable, como debería ser la tecnología del VAR, que llegó para sumar polémica. Un poco por convicción y otro poco a los golpes, los argentinos aprendimos que siempre amanece. Como entonan de fondo Diego Torres y sus amigos, a los ricos y a los pobres le amanece. Sabemos que después de la noche más larga y oscura, sale el sol. Sale porque siempre está, a pesar de que no lo veamos, aunque caiga en un lugar común con una frase recurrente. En el último tramo del interminable 2020, tan eterno como la cuarentena, este lunes al mediodía, el sol estará eclipsado por la luna. Como fue un año de tantas complicaciones, solo falta que al fenómeno, entre el cielo y nosotros, se interpongan las nubes para hacerle daño a un espectáculo que para el norte y el centro de nuestro país viene con aforo. Entonces, si esto sucediera, como ya estamos acostumbrados a que este año todo puede fallar, recurriremos a la imaginación para que lo real se convierta en virtual. A eso ya nos hemos acostumbrado. Y por eso, sabemos que un virus, aunque no lo veamos, está. Tenemos sobradas pruebas de que la inflación real aunque no la veamos reflejada en el indicador oficial del INDEC, siempre está. Y obviamente, con el Rey Sol, sucede lo mismo.